Mi último complemento

No recuerdo haber querido ser astronauta de niño.

Volar debe ser increíble, sentir velocidades extremas, ver a este esferoide alejarse, desabrocharte el cinturón que te sujeta y comenzar a vagar en la ingravidez. Flotar libre, fuera de todo. Libre como nunca me había sentido.

Libre de convivir con irresponsables. De tener que cruzarme con esas tontas personas que no se acomodan el barbijo sobre su nariz y su boca. Que no entienden que me pueden cubrir de sus gérmenes y enfermarme simplemente por el hecho de respirar.

Libre de esos que alegremente vadean la esponja en el suelo y no les da la gana de detenerse unos segundos a limpiar sus calzados trasladando todo lo que cargan y los que entran de puntitas, que es lo mismo que nada.

Libre de esos que no se cambian la ropa ni se bañan al llegar a casa para limpiarse toda la contaminación que acarrean.

Libre de los que entregan billetes y monedas sin limpiarlos. Esos son de los peores porque distribuyen todo a propósito.

No puedo entenderlos. ¿No tienen miedo? Conciencia no les pido, evidentemente no la tienen. Pero ¿no tienen miedo? ¿No se dan cuenta que se pueden morir?

Yo sí tengo miedo. Me da miedo morirme. Resuena siempre en mi cabeza la advertencia que mi madre me hizo de pequeño “ten cuidado siempre”. Sus palabras me acompañan desde ese primer día de clase en el que me lo dijo antes de traspasar la puerta que segundos después se cerraría alejándome por primera vez de la compañía con la que me sentía totalmente seguro. Ese momento comencé a temer.

Por eso me cuido. Esta porquería que los chinos se inventaron y desperdigaron por cada rincón del mundo me hace sentir miedo, porque mi vida no se puede acabar tan pronto, porque tengo aún demasiadas cosas por hacer, porque apenas he comenzado a vivir. Quiero tener hijos, quiero hacerles entender lo importante que es vivir…y cuidarse.

Yo estoy a salvo. Me lavo las manos constantemente. Cuando salgo, solo para lo que necesito, uso el gel. Y así como voy, estoy cubierto por completo. Y hoy me tocaba salir porque mi traje necesita terminarse con ese pequeño complemento que acabo de recoger.

—¿Qué pasa? ¿por qué se acercan? ¿por qué me agarran? ¡Póngase la mascarilla! ¡no me toque! ¡déjenme!—.

—Lo trajeron en una ambulancia. Lo acompañó alguien que había visto cómo comenzaba a tambalearse en la calle y caer pesadamente. Contó que lo vio con los ojos muy abiertos, que gritaba y reclamaba porqué se le acercaban, que intentaban abrirle el traje para que respire pero que no podían porque los golpeaba y pateaba. Alguien hizo parar la ambulancia que volvía aquí al hospital. Llegó desmayado. Apenas oxigenaba. Poco pudimos hacer. Duró apenas minutos. Tuvimos que cortar el traje para acomodarle el oxígeno, pero ya no respiraba. Tratamos de resucitarlo. Lo siento mucho. Le entrego esto que tenía aferrado en su mano izquierda— mientras entrega a la madre que llora desconsoladamente un parche con un apellido bordado, de esos que se ponen en los trajes de astronauta.

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s