Este martes 8 de marzo el movimiento feminista en Rusia convocó a las mujeres rusas a acercarse a los monumentos de lideresas y líderes de lucha con una flor para dejarla ante esas estatuas.
Seguramente las estatuas estarán rodeadas de policías con órdenes de arrestar a esas mujeres que se atrevan a esa mínima acción valiente de protesta, en una autocracia que no deja espacio a posibilidad de disenso.
Ese arresto, la posibilidad de enfrentarse a penas de prisión por semanas, meses o años, el enfrentarse a la tortura, la violencia de estado en todas sus formas y a la mantención de un discurso de desigualdad y discriminación, sigue siendo la tragedia diaria a la que se enfrentan gran parte de más de la mitad de la población humana, solamente por el hecho de ser mujer.
La violencia extrema se ceba con ellas.
Estos días, miles de mujeres, con sus hijas e hijos, algunas con sus padres y madres, caminan o buscan otras formas de acercarse a las fronteras occidentales escapando de la barbarie de una invasión en Ucrania.
Como ellas, en los más de cuarenta conflictos bélicos vigentes en el mundo, millones son víctimas permanentes de violencia por las vulnerabilidades que históricamente siempre se han explotado en su contra con mayor sadismo.
En otros lugares, la violencia se ejerce de distintas formas, la psicológica, la económica, etc.
Y esos ejercicios perversos se basan en ese discurso construido durante siglos, por el que se justifica que la mujer, simplemente por serlo, no es igual como persona al varón.
Discurso que desconoce la dignidad de la persona y que recién en las últimas décadas se ha comenzado acuestionar y en los últimos años se ha comenzado a generalizar socialmente en más amplios espacios, faltando aun muchísimo para deconstruirlo, hasta lograr entender lo obvio.
Esa obviedad que se ha desconocido conscientemente por tanto tiempo. Esa obviedad que intencionalmente invisibiliza que, además de la igualdad entre todas y todos por ser simplemente personas humanas, las mujeres son el origen de la vida, de todas y todos nosotros que no podríamos existir sin ellas, que no habríamos podido sobrevivir sin su dedicación, a veces rayana en la irracionalidad y la que se ha bautizado injustamente como abnegación.
Nosotros que pese a ello ponemos trabas, no cumplimos con nuestros deberes de cuidado que deberían ser equilibrados, que seguimos discriminando en el trabajo y manteniendo techos de cristal que hacemos casi inalcanzables, que seguimos discriminando en lo que les corresponde como pago y que les seguimos tratando con indulgencia y condescendencia, que solamente ocultan lo que no somos valientes en reconocer.
El hecho de su imprescindibilidad en todos los órdenes de la existencia humana, en muchos casos con mayor valía de nuestros roles, hacen que estos se debiliten porque precisamente no tenemos la valentía de reconocer su valor.
Este martes 8 de marzo, mientras esas mujeres rusas llevan una flor a cada monumento de lucha, mientras miles esperan en las estaciones de tren o caminan por la carretera escapando de la violencia absurda, mientras aguardan justicia que nunca arriba, mientras ganan un salario menor, mientras cargan solas con los trabajos de cuidado…mientras ellas viven así cada día ¿qué es lo que hacemos nosotros?
Columna a emitirse por EnGeopolítica el día miércoles 9 de marzo de 2022