No recuerdo exactamente la primera vez que te comí, pero estoy seguro de que me gustaste como hasta ahora.
Lo que sí recuerdo es que dudaba porqué, si era posible que me diese apendicitis por comer pepas de otras frutas, tus muchísimas propias no hicieran lo mismo. Esa fue una de las pequeñas muchas cosas que me ayudaron a ser tan racionalista como ahora.
Salvado el temor por su evidente carencia de lógica, te decidiste acompañar mi vida sin que, como les pasó a otros alimentos, me empalague de ti.
Hace poco me enteré de que tienes mucho sodio, pero sabes, no me importa.
No te he comido en todas las formas que habías tenido. Yo te conocí rojo y me imaginé que eras simplemente así, pero luego apareciste verde, amarillo y quién sabe qué otras cromáticas, formas y tamaños puedas asumir.
Eres versátil pero esencialmente simple.
Me encantas en las noches, cortado en rodajas finas para cubrirte de aceite de oliva, un poco de sal, y si estoy más sibarita, hierbas secas o frescas, peperoncino, parmeggiano rallado muy fino, aceitunas y una compañía de pan integral.
No olvido esa aromática albahaca que te cubría en esa fuente generosa de ti, porteña pero no presuntuosa, la inspiradora de esos antojos nocturnos.
O, si bien no fue el mejor, ese dako sumergido en aceite de oliva, tu puré sazonado con orégano, aceitunas, más de ti en cuadros pequeños y caótico feta desmenuzado con las manos, que comimos en la Εξάρχεια anarquista.
Y esos trozos calientes de piennoli del Vesubio que salen tostados e inmersos en el derretido mozzarella di bufala magistralmente acomodado por esos pizzaioli napolitanos, esos que te miran tan extraño porque compartimos esa pizza que no, allá no se comparte, es una para cada uno.
Y ese salmorejo cordobés, contigo cortado en cuartos, triturado por la batidora, mezclado con el pan troceado en pequeñito para que lo volvamos a batir con los ajos, el infaltable aceita de oliva extra virgen y la sal. Te piden que estés muy frio porque eres de verano, pero caes bien en cualquier estación.
Y ese ragù de la Scarpetteria del tándem, así, solito, tú preparado, caliente, sazonado y su scarpetta de compañía, para tomarla y embarrarte en ti hasta limpiar el plato como si no te lo hubiesen servido.
Y esos palermitanos deshidratados que me sigo haciendo durar, rehidratados en aceite de oliva que son un pecadillo de una o dos veces a la semana, para que sigan durando y para no ser un glotón.
Y el kahvalti en el que vienes frito, en ensalada con pepino, con las olivas y el feta, revuelto con el huevo y de otras formas más en esas decenas de pequeños platitos para fin de semana.
¡Ah…!
Te escribo, te pienso, te imagino y me antojo. Me traes recuerdos y me avivas las papilas.
Para esta noche te propongo una cita, de esas mixtas, en las que juntamos, con la iconoclastia que te permites, una tortilla estilo mexicano, mozzarella ma non di bufala, jamón artesano, basilico local y esos tomatls que comenzaron en Mesoamérica, pero se acomodaron en el mundo.
Que aproveche!
Javier Zárate Taborga
Escrito en La Paz en junio de 2020
Pd. Para saciar alguna curiosidad…
peperoncino, un tipo de ajíes italiano
parmeggiano, queso de la región de Parma
porteña, de Buenos Aires
dako, plato de origen cretense
Εξάρχεια [Exarkeia] barrio anarquista de Atenas
piennoli, tomates sembrados en tierras volcánicas del Vesubio
mozzarella di bufala, queso típico para la pizza napolitana
pizzaioli, quienes dominan el arte de hacer la pizza en Nápoles
salmorejo, plato frío de la España andaluza
ragù, salsa de tomate y carne
Scarpetteria del tándem, restaurante napolitano
scarpetta, un tipo de pan de miga gruesa, a la que se le llama zapato, en una traducción literal
kahvalti, desayuno turco
feta, un tipo de queso
basilico, albahaca
tomatls, raíz náhuatl de tomate
Un apasionado texto epistolar a un alimento. Simplemente brillante!
Evitaría el vocabulario del final, a los que les interesa que busquen, como hiciste con la comida.
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Todas las posibilidades son posibles…
Gracias por leerme.
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