La democracia antes de la pandemia global ya estaba en cuestionamiento por distintos factores: la irrupción de la tecnología que permitió el acceso a millones de personas a manifestar su opinión ya no solo en las urnas, el cuestionamiento de la representación política de algunas clases que recurrentemente eran las que participaban de los espacios de poder, la exigencia de la apertura del espacio de participación más amplia y otras cuestiones, ya planteaban la necesidad de una reflexión evolutiva de la democracia.
La crisis sanitaria evidentemente va a dejar muchas secuelas también. Las más peligrosas requieren debates más largos y profundos, especialmente ante el riesgo ¿necesario?, de reducir las libertades para otorgar seguridad.
Pero también el poder se ve controvertido.
El escándalo que ha estallado en Downing Street, la sede del gobierno británico lo demuestra.
En mayo se conoció que Dominic Cummings, uno de los propulsores más consagrados del Brexit y asesor, casi gurú, del primer ministro, Boris Johnson, junto a su esposa que había contraído el virus y su hijo de 4 años viajaron 400 kilómetros para aislarse en una casa campestre ubicada en una propiedad familiar en la que vivían los padres de Cummings y unas sobrinas que podían cuidar al niño. En el lugar estuvieron dos semanas en confinamiento, pero antes de volver y ante supuestos problemas de su visión habrían hecho al menos un paseo a una laguna situada a una media hora, para verificar si estaba en condiciones de retornar.
El hecho, revelado ahora, pero acontecido entre marzo y abril, justo después del confinamiento ordenado en Inglaterra, desató la exigencia de explicaciones que fueron contestadas con un respaldo total de la confianza del primer ministro, la lectura de un comunicado del asesor y el someterse a una conferencia de prensa exigente de cerca a una hora, en la que las explicaciones iban acompañadas de solicitudes de comprensión.
Las mismas no llegaron, al contrario, tumbaron en pocas horas un 20% de la popularidad de Johnson que ha decidido ratificarlo, pese a que más de 40 tories y una importante proporción de la opinión pública exige su dimisión, con el argumentario razonable que las exigencias son universales, y que no debería haber excepciones para quienes ostentan el poder.
El resultado final es incierto aun y quién sabe que termine con la dimisión del asesor. El debate no es nuevo. El poder siempre ha hecho abuso del mismo amparado en el hecho de ejercerlo.
Pero los tiempos cambian y la información a la que se accede más universalmente y en tiempo real, permiten saber del abuso y exigen comportamientos más consecuentes también para quienes ostentan el poder.
En América Latina se debe reflexionar mucho al respecto. En mi país seguramente más. La larga tradición del abuso del poder y la corrupción, profundizada en tiempos de información en los últimos años, no ha cambiado nada en el proceso de transición que se vive ahora. El avión oficial fue usado para desplazamientos particulares o se han adquirido respiradores con un sobreprecio elevado de equipos poco útiles por ser básicos, pero salvo la detención de un ministro y unos funcionarios, no se asume la responsabilidad frente a la indignación general. ¿Cuándo aprenderemos a asumir la responsabilidad en el ejercicio del poder? La realidad perdona con dificultad lo que se hace, pero parece que quienes ostenten el poder aun no se dan cuenta suficiente.
Javier Zárate Taborga
La columna fue emitida el miércoles 6 de mayo de 2020 en “Geopolítica en tiempos de cuarentena”, programa de radio conducido por Fernando Galindo Rodríguez, emitido por https://www.facebook.com/RadioDecoloniales/