Brazalete con turquesas

Era un objeto hermoso. Lo vi el día que enterramos a mi abuelo. Me encantó, pero a la vez me intrigó porque no era hecho por nosotros.

Le pregunté a mi abuela sobre él mientras la acompañaba a ordenar las cosas en casa después del entierro.

Lo miró y noté en su rostro cómo se le acumulaban los recuerdos. Se sentó. Me indicó que me acomodara a su lado.

Tu abuelo no era tibetano, era han —comenzó a contarme—. En la guerra con el Japón formaba parte de las milicias que lideraba Mao.

Había recibido la orden de dirigirse al norte a recoger a un equipo estadounidense que había caído en la Cachemira porque su avión tuvo problemas y aterrizó de emergencia. La región es muy dura para caminar, pero había recibido la instrucción de no usar carreteras ni medios de transporte. Era una locura.

Llegó a Doba con la única persona que lo acompañaba que estaba herida. Una mujer. Se llamaba Nizhoni. Era muy parecida a nosotras. Tenía la piel cobriza. Estaba con uniforme militar, era una soldado. La acogimos en casa y la comenzamos a curar.

Los primeros días estuvo muy mal. Dormía y deliraba porque estaba con una fiebre muy alta. Mientras lo hacía, hablaba. Mi tía Dakini, que regularmente iba hacia India para comprar y vender cosas, y sabía inglés, nos decía que casi nada de lo que hablaba era en ese idioma. Tu abuelo que sí sabía inglés y por lo que le encargaron la misión, se había ido a reportarla y nos había dejado a la mujer solamente. Cuando volvió, años después del final de la guerra, comenzaríamos a salir, pero eso ya es otra historia.

Pasaron unos días, controlamos la fiebre y la mujer reaccionó, al principio totalmente confundida, porque no sabía dónde estaba, qué le había pasado y cuál el destino de sus compañeros. Dakini comenzó a ser el vehículo para entendernos. Le explicábamos lo que sabíamos y ella comenzó a recordar de a poco lo que le había pasado.

Nos contó que era parte de la Marina de los Estados Unidos. Tenía mi edad. Se había presentado porque decidieron organizar un batallón de comunicaciones aprovechando una habilidad propia de su pueblo, su idioma.

Era una navajo. Nosotros nunca habíamos escuchado de ello, no sabíamos nada de su país en realidad y menos aún de su pueblo. Los navajo eran un pueblo nativo de los Estados Unidos que después de la independencia americana y como una forma de consolidar al país, fueron conquistando personas y tierras por la fuerza, la muerte y el confinamiento en nuevas tierras a las que llamaron reservaciones.

Aun así, con toda esa historia habían resistido y logrado mantenerse como pueblo. Algo que mantuvieron y que ayudó a sostener la fuerza colectiva fue el idioma, que fue precisamente el motivo por el cual ahora estaba allí.

El navajo o como ellos llamaban Diné bizaad, era un idioma que fue identificado por la Marina para convertirse en un código para comunicarse en el Pacífico, en la guerra con el Japón. La decisión fue muy inteligente ya que resultó que los japoneses no pudieron reconocerlo durante toda la guerra y se enteraron muy poco de las comunicaciones del enemigo.

Nizhoni no pudo resistir sus heridas. Estaba muy lastimada y nos acompañó unas semanas más. Está enterrada en nuestro cementerio.

En sus últimos días, en una mañana en la que habitualmente estaba junto a ella, motivo por el cual nos habíamos hecho cercanas, sin podernos hablar directamente sino por mi tía, tomó su muñeca, y se quitó este brazalete.

Confieso que siempre me atrajo. Como sabes, las turquesas son usuales en los adornos que tenemos y la pulsera y sus piedras de colores brillantes me encandilaban. Me tomó de la mano y la acomodó en la muñeca. No solo me la daba, me la encargaba. Yo sentía ello. No pudo decírmelo pero siento que me la dio para que la devuelva a su tierra.

Yo no pude cumplir ese encargo y quiero dártela para que me ayudes —concluyó mi abuela—.

Una semana después ella murió también. La ausencia de mi abuelo la mató muy rápidamente y perdió las ganas de vivir mucho antes de lo que nos hubiésemos podido imaginar, en realidad, de lo que hubiésemos podido entender respecto a cómo se sentía.

Su partida fue un acicate para tratar de encontrar pistas de Nizhoni.

Como era información antigua pude identificar en el internet dónde estaba ubicado el territorio navajo y la historia de quienes habían formado parte del batallón navajo de comunicaciones que trabajo en Asia.

Habían sido varias decenas de ellos, en su mayoría hombres. Solo tres mujeres estaban registradas y Nizhomi era una de ellas. Era del Lago Tolani, en el estado de Arizona y está registrada como desaparecida. La información terminaba allí.

Yo estudiaba en Bélgica y estaba en el Tíbet solo por la muerte de mis abuelos que se sucedieron tan repentinamente. Debía volver, pero el encargo de mi abuela me constreñía a intentar encontrar al menos algo que ayude a cumplir ese compromiso que ella sintió que Nizhomi le pedía. Quería intentar devolver el brazalete a su tierra.

Volví a la universidad unos días después de enterrar a mi abuela.

Mi tarea comenzó a agobiarme. No sabía cómo podía lograr lo que me pidió mi abuela. ¿Serviría para algo recorrer tierras que desconocía buscando a alguien desaparecida que seguramente había dejado ningún rastro? Aquello me abrumaba.

Estaba terminando el semestre y decidí que quería viajar por Europa. Casi no lo había hecho y tenía deseos de conocer lo más que podía. Llevaba tres años en la universidad a la que llegué en la primera vez que salí del Tíbet.

Mientras caminaba por el centro pasé delante de una tienda de antigüedades, entré, me quité el brazalete, lo dejé. Dos días después comencé a viajar.

Javier Zárate Taborga

Escrito en La Paz en mayo de 2020

2 comentarios sobre “Brazalete con turquesas

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